domingo, 18 de mayo de 2008

los años no vienen solos

Ok, llegué a los 45.
Con mis mañas y migrañas. Con mis síntomas y somatizaciones. Con un año que me dejó de cama.
Cuando cumplí 40 no pude hacer la fiesta que siempre supuse, porque estaba saliendo de un quirófano, pero bueno, comimos sandwiches de miga con Pepe y Pochi, y con Gabi (de fierro).
Esta vez, tampoco festejé, pero bueno, esta vez no tenía ganas. No sé, será que aún no entiendo una fiesta sin Pepe, será que el cansancio era mucho, será que mis prioridades en ese instante eran otras.
Recuerdo claramente mi fiesta de cuando cumplí los 20, y los 25, y hasta los 15. Tan diferentes, realmente una de otra.
Esta vez, maldición una vez más, no sólo siento que el cuerpo me traiciona, aunque siga sin canas ni caries, pero bueno, a la vejez viruelas: anteojos multifocales (que todavía me enloquezco tratando de aprender a usarlos), un nódulo que me tienen que extirpar (que si todo sale bien, sólo me congratularé de hacerme los chequeos en tiempo y forma), sino que también me tienen que hacer ortodoncia, JA! Sí, sí, brackets, tipo Betty la fea, tipo colegio secundario, y sí otra vez, a los 45 años. Y ni siquiera es por estética, sino que mi maravillosa dentadura sin caries está lo suficientemente torcida como para provocarme - junto con el bruxismo, o mi personalidad como dice el dentista - la hermosa luxación de discos en las Articulaciones Temporo Mandibulares que sufro desde la fecha en que perdimos a Pepe.
Ok, también me dí cuenta el día que llegué a los 45 años que, tal como decía Supertramp, he aprendido a actuar con lógica, a ejercitar la diplomacia, a no explotar cuando y como se me canta.
Pero también me dí cuenta de cuánta falta me hace cada tanto poder decirle a uno: "cuántos años de reja te faltan para ser poronga, sino sabrías que no se maltrata a un soldado", o a la otra que se meta su guita en el orto.
En fin, los años a su vez me enseñaron que todo gira, y que a todos los ví irse en algún momento, y que algún día, algún día, ese o esa estarán en la palma de mi mano, y me tocará a mí elegir apretar el puño o decidir soplar para que vuele como una brizna de ceniza.
Igual me gustaban los tiempos en que podía mandar a la gente a la mierda...

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