domingo, 13 de diciembre de 2009

La Abuela Angela

Hoy 13 de Diciembre sería el cumpleaños de mi abuela.
Así escrito suena medio a nada. Debo aclarar que mi abuela fue mi amor incondicional, digamos, quien me hizo saber que en este mundo existen personas que te van a amar siempre, no importa lo que suceda, no importa lo que hagas mal, siempre te van a seguir amando, eso es lo que quiero decir. Y eso, obviamente, provoca que uno los ame, también, incondicionalmente.
Aunque en mi infancia no vivíamos en el mismo país, cuando yo era sólo un bebé de meses, mis padres viajaron al extranjero por 3 o 6 meses (depende la versión) y nos quedamos con ella (o con ellos, para ser más precisos), mi hermana y yo.
La historia familiar dice que yo me enfermé, MAL, y que mi madre lo soñó y llamó por teléfono para saber si yo estaba bien, y que mi abuela dijo que yo estaba en perfectas condiciones de salud, y para corroborarlo, me levantó de la cuna, me bañó, me vistió, y mi abuelo tomó una foto de ella con mi hermana y yo (yo en brazos), la que se conoce como mi "foto de resucitada". En algún lugar tengo la foto digitalizada, ya la pondré acá.
El siguiente recuerdo ya es mío: en el año 67, por diversos motivos (depende la versión), nos enviaron, a mi hermana y a mí, sin acompañante y por avión, y nos quedamos en casa de mis abuelos. Aparentemente por unos meses. Recuerdo el olor del pan tostado al horno que hacía mi abuelo para desayunar, recuerdo su mano fuerte y seca sosteniendo la mía yendo al almacén, recuerdo que fue entonces cuando aprendí a tejer y le hice un chalequito a mi oso de peluche, y particularmente recuerdo que mi abuela, seguramente para entretenerme, me dio un plato y un apoyador de corcho para que yo "aprenda a dar vuelta los panqueques". Evidentemente, como ya estarán viendo la situación, el plato se me rompió; yo me asusté mucho, pensé que me iba a retar, y con la cola entre las patas fui y le dije: "Lita, se me rompió el plato", y ella no se enojó, no me retó, sólo me dio otro plato y me dijo que no me preocupe (imagino que también barrió los pedazos del plato roto, pero eso no lo recuerdo).
Por supuesto que ahora sé dar vuelta los panqueques, por si alguien se está preguntando eso, y cada vez que lo hago, me acuerdo de ella.
El siguiente recuerdo es de cuando ellos vinieron a vivir al país donde vivíamos nosotros, y por la mañana ella me abría las sábanas de su cama, para que yo me acostara a su lado. Qué sensación maravillosa!! A partir de recordarlo, he podido disfrutar de dormir una siesta con mi sobrina de sangre cuando ella tenía algo como 4 o 5 años, de que se quede a dormir en casa conmigo mi sobrina del corazón, aún cuando patea dormida, y sé que esos son recuerdos que se quedan con uno siempre.
De los tiempos en que vivimos en el mismo país, evidentemente tengo más historias, pero en particular recuerdo cuando, en mi adolescencia, mis padres se iban de fin de semana al campo y yo salía a bailar, y los domingos, a eso del mediodía, mi abuela me llamaba por teléfono y me decía como si cualquier cosa, que había preparado de comer aquel guiso que a mí me gustaba tanto, o esas albóndigas que recordaba que a mí me habían gustado, o así, cuestión de que sin que yo lo notara, ella lograba que yo me bajara de la cama, me bañara y pasara el domingo a la tarde con ellos.
Del final, recuerdo el día en que murió mi abuelo, yo tenía 16 años, y recién comenzaba a manejar, pero ya me iba al colegio en auto. Llegué a casa, sonó el teléfono y era una vecina de ellos que, como si nada, me dijo: "se murió tu abuelo". Salí corriendo a casa de ellos (aprox 5 cuadras), sin el auto obviamente.
Mi abuela estaba sentada en el comedor, callada, sin llorar. Yo entré, me hinqué en el piso y puse mi cabeza en su regazo y lloré y lloré. Ella no, pero tampoco me dijo que no llorara (como hacen algunos). Una vecina, quizá la misma del llamado, me preguntó si yo no pensaba acercarme a despedirme de mi abuelo (ay, lo cuento y me vuelve a surgir el odio hacia ella), yo no pude ni entrar a la habitación donde estaba acostado en su cama.
Y como yo fui el primer pariente que llegó, se llamó a la ambulancia, retiraron el cuerpo, y yo fui siguiéndola en el auto que recién comenzaba a manejar.
No la ví morir a mi abuela, no la vi muerta tampoco. La última vez que la ví estaba en el auto con mis padres, yéndose al campo por el fin de semana, saludándome con la mano.
Aclarar que mi abuela fue la única atea en una familia super católica? Bueno, al morir su madre (en el parto de su hermana menor), teniendo 8 años de edad, ella dijo: "no puede haber un dios en el cielo que deje a 8 criaturas sin su madre", y se volvió atea. No quiso ir más al colegio, y su padre le dijo: "muy bien, entonces va a aprender a planchar y a cocinar y se va a hacer cargo de la casa", y así hizo. No terminó más que primer grado de primaria. Luego la completó casándose con un judío, "el ruso de la mueblería" típico de los pueblos de la provincia de Buenos Aires, pero en este caso, textual.
Recia, mi abuela, no la más recia del condado, porque se permitía amar con todo, con la voz, con las manos, con el cuerpo y con sus actos, porque estuvo dispuesta a hablarme de dolores del alma cuando yo aún estaba en la adolescencia, lo que no hacen muchos adultos, y porque nunca sentí que alguien me cuidara tanto como ella, aún cuando a eso de los 10 años de edad me encontró en una minimoto de un vecino, y me agarró del pelo, sin decir nada, me llevó hasta el baño, abrió la ducha y me tiró adentro, con todo y ropa (todavía recuerdo el vestido que yo llevaba).
Recia, sí, y dulce, y modelo de cómo se ama.
Te quiero Lita Angela, te extraño y siempre te tengo presente.
Donde estés, feliz cumple!!!

2 comentarios:

Ms. Grinberg dijo...

Yo también me acordé de ella hace unos días, pero lamentablemente mis recuerdos de cuando ellos vinieron a vivir con nosotros tienen que ver mucho más con Lito. Con él yo jugaba interminablemente a la generala, y a veces me traía caramelos del almacén.

De la abuela me acuerdo menos, aunque si recuerdo meterme a su lado en la cama. Y en particular recuerdo un viaje que hicimos con ellos y nuestros padres a Veracruz. Nos quedamos en un hotel viejo (del ISSSTE o algo así) y después de cenar estábamos caminando por los jardines cuando encontré muchísimas jaibas. Tarántulas rosadas, grité yo... y no pude dormir del miedo. La abuela me hizo acostarme a su lado para que pudiera dormir.

Feliz cumple, Lita. Gracias por tu pollo con papas coloradas... y por heredarme esa sonrisa.

Bigote de León dijo...

Ah, clarísimo el recuerdo de Ana saltando al grito de "tarántulas rosadas"!!! imperdible.
Sí, también la generala y el chin-chon con ambos...