domingo, 4 de mayo de 2014

Llorar

Y no, uno no llora siempre por lo que pierde.
Se llora también por los golpes recibidos, sobre todo los emocionales, sobre todo los inmerecidos.
Por la sensación de injusticia.
Por darse cuenta de todo lo que uno tendría que haberse dado cuenta, pero hace mucho, mucho tiempo.
Por haber estado tan sola en tantos momentos en que realmente, profundamente, necesitaba no estarlo.
Por haber intentado mantener vivo algo que no era ni brasas ni cenizas siquiera, y haber pensado que alguna chispa quedaba y que era posible lo imposible.
Por perder de golpe el velo que enturbiaba la vista e impedía ver que esa persona a quien uno veía como hermosa, interesante, inteligente, dulce, cariñosa y comprensiva, en realidad no es más que un egoísta, patético, mediocre, decadente, soberbio y envejecido hombre en absoluto nada más que común y corriente.
Y aunque odio sentirme víctima, lloro ahora, mucho, desde la tripa y al parecer, sin poder parar, lloro digo, porque fui lastimada, engañada, maltratada, y me repito, sin merecerlo, por aquél a quien le di más de lo que él merecía, por aquél a quien yo nunca dañé, por aquél quien no tiene el valor ni para pedirme perdón por haberme lastimado.
Y lloro también por sentirme tan estúpida, por seguir esperando ese pedido de disculpa, esperando al menos una explicación, las que no llegarán, obviamente, nunca.

Dicen que las lágrimas lavan el alma.
Yo ya no quiero llorar más.
No puedo parar.

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