lunes, 8 de septiembre de 2008

Postal del Subte

Espero en el andén, con los audífonos bloqueando el sonido ambiente con música de mi elección.
Cuando llega el subte, descubro que el vagón en el que abordaré está absolutamente graffiteado de colores. Aunque eso no cambia en nada los matices del gris que flotan en el interior del vagón y de mí, eso logra arrancarme una sonrisa.
Justo antes de llegar a la estación, al cruzar la avenida, me preguntaba si con el paso de los años uno pierde esa parte "dañada" de uno, como nos llamaba Saúl a Alicia, a mí, a algunas otras pocas personas. Que quisiera tener la certeza de que aún la conservo. Que en los días en que tengo bronca con el mundo, saber que esa parte "dañada" sigue en mí, que mi capacidad de violencia está intacta, me sirve para evitar ejercerla. Parece que funciona como un neutralizador.
Parece paradójico, parajódico diría aquél terapeuta, Raúl creo que se llamaba.
De todas formas, lo único que logra arrancarme una sonrisa es ese vagón colorido, coloreado por manos "ilegales", que hacen propio y personal lo cotidiano, lo anónimo, lo gris.

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