martes, 5 de agosto de 2008

De caballos y profesores

En mi adolescencia tuve la fortuna de practicar equitación, más exactamente escuela inglesa, de salto, durante algo como 5 ó 6 años.
Nunca tuve caballo propio, lo que me llevó a montar desde los llamados "caballos de clase", que eran destinados precisamente a quienes tomábamos clase y no teníamos nuestro propio equino, hasta algún "caballo de propietario", que por algún motivo su dueño no había venido por un tiempo y requería ser "trabajado".
Ultimamente he estado pensando mucho en esa etapa.
Los profesores de equitación tienen - en todo el mundo aparentemente - un estilo muy particular, que en ocasiones hacen que algunos alumnos abandonen dicha práctica. Digamos, te cagan a gritos, te maltratan, te insultan, te dicen cosas como: "entregá ese caballo al caballerango y dedicate al tenis", o si el caballo te tira, a los gritos: "qué hacés que no agarrás a ese caballo y te subís de una buena vez".
Sin embargo, vengo recordando esa etapa como una de las más felices de mi vida.
Pienso que ese tipo de "docencia" tan particular tiene un objetivo clarísimo: uno tiene que internalizar que el caballo no es un animal naturalmente doméstico, que tiene su propio carácter, y que siente con toda claridad si uno está seguro o no.
El caballo tiene que entender en toda circunstancia que uno es el que manda, sino, empuja su cabeza hacia abajo y uno sale volando tirado por las propias riendas.
Por otro lado, si uno tiene la mano demasiado dura, lastima la boca del caballo, lo que también va a impedir que uno logre que el bicho trote, galope, salte, frene, etc. Lo único que va a querer es que uno se baje de una buena vez!!
Así que me había olvidado que pasé, más o menos, de los 11 a los 16 años aprendiendo a ser firme y suave a la vez. Que tal?
He visto, en muchas ocasiones, algún caballo ponerse testarudo, y el profesor ordenar que uno lo ponga cabeza hacia un rincón y lo mantenga en esa posición, mientras él mueve un latiguillo entre las patas traseras del animal. No les cuento el desafío que esto supone. Pero sí les cuento el recuerdo que tengo de una mujer en esa circunstancia: firme, seria, ni enojada ni asustada, decidida, fémina hasta la médula, amazona, fuerte, y tan pero tan segura de sí misma....
También tuve ocasión de ver, con un asombro mezclado con admiración absoluta, a uno de mis profesores "peleándose" casi literalmente con un caballo entero. Sabrán que los caballos que no han sido castrados son más petisos, más fornidos, y mucho, pero mucho más nerviosos. Pues en este caso estaban ellos dos solos en la pista. No sé si el animal en particular hacía mucho que no era "trabajado". Sé que estaba decidido a hacer que el humano se bajara de él. Lejos de eso, mi profesor le gritaba, le tiraba cachetazos a la cabeza, se peleaba como si el animal entendiera cada palabra. Pero el resto de su cuerpo en ningún momento perdía la posición correcta, ni sus riendas estaban más tensas de lo necesario, ni él estaba rígido. Una delicia.
Creo que es por eso que quienes hacen equitación prefieren montar sin guantes, aún cuando son parte del "uniforme", porque eso permite una sensibilidad en los dedos que te hace "leer" el grado de suavidad, el grado de firmeza, que vas a necesitar para que el caballo te respete, para que te puedas comunicar, para que esté dispuesto a que hagamos algo juntos, en particular algo que no sé si él disfruta particularmente.
Ojalá me acordara más seguido de no usar guantes.

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