miércoles, 27 de mayo de 2009

Margaritas a los Cerdos

Así que en la selva también hay cerdos, y no digo jabalíes, digo simples cerdos. Quizá ellos se crean jabalíes, pero no lo son, y se les nota, y todo el mundo sabe que lo son. A pesar de que rara vez uno se pone a hablar sobre cerdos, no? habiendo animales tanto más interesantes, los otros comentan sobre su comportamiento tan poco digno.
Pero bueno, sucede que uno se cruza con un cerdo, y como uno no llega a darse cuenta de su condición hasta después de sucedidos los hechos, intenta tratarlo como a un tigre, como a un jabalí, como a otro tipo de animal de la jungla.
Y ahí uno se encuentra de pie, en medio de una cantidad de animales que, disimuladamente, hacen como que miran para otro lado, que hacen como que no escuchan, mientras el cerdo toma la margarita que le ofreces y la revuelca en el lodo, mientras hace ruidos tan desagradables como su propio olor, mientras intenta ofenderte desde un lugar que, dada la audiencia, lo hace quedar mal a él, sin que él se dé cuenta obviamente, su cerebro de cerdo no le permite notar eso.
Y la situación es tan extraña que no podés enojarte, que no llegás a calentarte. La sorpresa es tal, que encima escuchás las palabras que dice, y realmente no podés creer que de esa boca estén saliendo esos dichos, y menos en público: que cuando se quedó huérfano, él no estaba ahí, por ejemplo – no me interesa chequear la veracidad de esto, que ya sería patético, y que obviamente no comparto, pero que además nunca me jactaría de algo así y menos en público, más allá de que me consta que la más elegante de las serpientes atravesó el océano abandonando todo para estar cerca de su padre cuando fue necesario – y otras afirmaciones que desde mi felino lugar tiendo a pensar que si el cerdo se escuchara, no se animaría a decir en presencia de nadie.
Pero no es así, y otros animales de la jungla me confirman su condición de cerdo, que siempre lo fue, que está vivo porque en realidad nunca salió mucho de su caja para recorrer la jungla, que cuando lo hizo, dejó tendal de problemas, que disfruta como un cerdo de llenar de basura a otro.
Y ni siquiera llego a preguntarme cómo es que está donde está. Sé que la jungla tiene esos vericuetos.
Sólo sé que tengo mala memoria. En pocos días no recordaré sus palabras. Pero tendré bien claro qué clase de bicho es, y eso no lo olvido. Algún día estará en la palma de mi mano, y yo elegiré entre cerrar el puño o soplar para que vuele. Ya sé, queridas amigas, nosotros somos del tipo de los que soplamos, pero los cerdos no vuelan, y entonces, ese día, caerá por sí mismo.

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