Todos los sábados recuerdo a los Bonilla.
En mi infancia no tuve abuelos, digamos, tuve, pero ellos estaban acá y yo estaba allá.
Pero en la esquina de casa vivían los Señores Bonilla, que grandes abuelos sustitutos fueron para mí.
El me enseñó a andar en bici sin rueditas, y recuerdo ese día como si fuera hoy.
Ella me abrió una puerta grande al ser mujer, al menos, al ser mujer de allá.
No importa que su nieto, aún viviendo del otro lado de la enorme urbe, fuera mi primer novio - y la primera muerte de un coetáneo que tuve que encarar -, por lo que podrían haber sido mis Abuelos Políticos.
La Señora Bonilla me permitió enterarme que había telenovelas, y que no sólo las "sirvientas" las veían, aún cuando nunca llegué a interesarme por ellas.
En cambio, me enseñó a lavar platos, no como se lavaban "en casa", sino como se lavaban allá, con escasez de agua incluida.
Así que en lugar de llenar una bacha con agua jabonosa y otra con agua para enjuagar, se lavaban los platos en una sola bacha. Se iban tomando y enjabonando y apilando al costado, y luego se abría la canilla y se iba enjuagando cada cosa.
Ella, al enjuagar un plato, le pasaba la mano extendida, como si acariciara su superficie.
Así lavo yo, acariciando los platos, de cada lado, y uno por vez.
Y cada vez que lavo platos, pienso en la Señora Bonilla y en todas las generaciones de mujeres de allá que me permitió incorporar; en la manera sutil y suave de esa aparentge sumisión que en verdad se transforma en un matriarcado histórico.
Gracias, Señores Bonilla por su abuelazgo prestado, y en particular, gracias, Señora Bonilla, por enseñarme a ser mujer.
1 comentario:
Dices verdad, que en realidad ellos (y en mucho ella) fueron los abuelos que no teníamos. Yo también recuerdo cocinar con ella, mientras contaba historias de cómo había aprendido ella, sentada en la cocina con su madre.
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