Montón de ocasiones he charlado, principalmente con Silvia, pero también con otras personas, respecto a los zapatos.
Que si uno tiene una idea previa de qué calzado quiere comprarse, saldrá a buscar y de ninguna manera lo encontrará; que si el estilo del calzado habla de la identidad, o al menos de la identidad que uno pretende mostrar hacia los demás; que un indicador de lo que la "socialización" provocó en mí es lograr que esté dispuesta a usar zapatos, pues de muy chica lloraba y no quería usarlos, y de adolescente salía descalza al mundo casi todos los días; podríamos decir etcétera.
También hemos masticado bastante el tema de cómo y cuando uno está bien o mal parado; de que si uno está mal parado, sin dudas, lo que emprenda no saldrá bien; de sentirse bien parado aún en situaciones que uno mismo se sorprende; de si estar bien parado es sinónimo o no de estar firme en una posición o abierto a los cambios que traigan los vientos; y podríamos volver a decir etcétera.
Hay también cantidad de supersticiones y mitologías (a las que suscribo absolutamente en tanto el pensamiento mágico actúa como deidad en mi vida) respecto a los zapatos: que si uno tira los zapatos antes de irse de algún lugar, nunca volverá, pues esos zapatos fueron los que ahí lo llevaron; o que uno debe tirarlos para no llevarse ni la tierra de ese lugar; que hay zapatos de la buena suerte, o que generan que uno esté más bello/atractivo; que si usás determinado calzado te llevará por sendas correctas o incorrectas; y una vez más podríamos decir etcétera.
Pues ayer fue un día raro...
No en relación a las cosas que sucedieron, que dentro de todo, quizá el refugio del escritorio y la oficina con aire acondicionado protegen de algunas de las cosas que uno ha llegado a llamar cotidianas.
Ayer me calcé plataformas, por primera vez en mucho tiempo. Aclaremos que las plataformas están en mis pies desde que salieron al mercado en los años 70, y por suerte cada tanto vuelven a estar de moda, y cuando así sucede, compro varios pares, para cuando no sea temporada.
Pero venía de usar sandalias/chanclas/ojotas de goma, esos nuevos zuecos de goma que en algunos lugares llaman clogs, o directamente zapatillas deportivas.
Ayer, pues, me calcé las plataformas, como antes, con un jean y una remera suelta.
No podría decir en qué año en particular compré esas, cómodas, de batalla, con plataforma de goma. Pero al parecer, hace mucho, y aparentemente, el plástico tiene fecha de vencimiento.
Porque cerca del mediodía empiezo a sentir que piso mal con el pie izquierdo. Cinco pasos después, me detengo, me sostengo de la pared y levanto el pie para mirarlo, y veo que se partió la plataforma a la altura donde están por comenzar los dedos.
Sigo caminando, y siento, más o menos 45 minutos después, que el talón del mismo pie como que se hunde al caminar, y miro de nuevo y veo que se ha partido la parte del talón del lado interno.
Y un rato después, cuando verdaderamente siento que no puedo caminar de esa forma - y aclaremos que ni estaba caminando ni estaba en la calle, sino en la oficina - veo que la rajadura del talón se continúa por la parte de atrás del pie.
O sea, mi plataforma izquierda comenzó de golpe a autodestruirse, a desintegrarse, llegando a dejar en el pasillo un reguero de (Hansel y Gretel) pequeños pedazos negros.
Y en ese momento me di cuenta que de ninguna manera podía seguir así, que no podría ni siquiera ir a comprar otro par de zapatos, que me quedaría descalza, al menos del pie izquierdo, en cuestión de pocos minutos.
Nunca ví algo parecido.
Por supuesto que hubo alguna compañera que amablemente fue y me compró unas sandalias de goma con un poco de taco para salir del paso (lindas, además), pero todavía me da vueltas el significado posible de lo que pasó, de lo que ME pasó.
Que uno ande por la calle y se le rompa el tacón, bueno, sucede, uno pisa mal (está mal parado), o hay algún defecto en la vereda. Que una persona sea pisada por un taxi porque su tacón ha quedado atrapado en la vía del tranvía, también ha pasado, claramente, mi abuela Betty.
Pero que así, sin mayor exigencia, el calzado comience a desintegrarse, eso sí que no había visto. Qué pasó? Empecé el día con una "parada" determinada que la vida decidió que para ese día no era la correcta? Se me cambió la forma de estar parada de un momento a otro, sin que yo fuera conciente? No debía ponerme plataformas ayer? A dónde me llevaron esos zapatos, que ahora no debo ir nunca más?
En fin.... terminaron en el tacho de basura de mi oficina....
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