Estiro mi cuerpo y mi alma como si se tatara de una masa elástica difícil de que se rompa. Los muevo, engroso, acomodo y amaso conforme lo que el mundo me requiere en ese momento.
No es importante lo que para mí es primordial, y así pasa tiempo y tiempo, hasta que no sé cuánto tiempo ha pasado, despertando mucho antes de lo que mi cuerpo me pide, y mirando el reloj y apurando haceres y decires para que entren en ese nuevo estiramiento.
Obvio resulta que ese esuerzo requiere aceitar la maquinaria, o la masa en este caso, y así, recubriendo por momentos con tergopor para evitar golpes, lastimaduras y por tanto, dolor; agregando a la harina de base lo que el entorno provee o acerca, sin considerar lo que en verdad uno necesita, o desea o quisiera.
Y así pasa tiempo y tiempo, hasta que no sé cuánto tiempo ha pasado, durmiendo casi cada noche en un lugar diferente, descubriendo que esta almohada es mejor que aquélla que finalmente era buena, en algún lugar que ya no distingo. Lástima.
Pero la masa no sólo lleva de base harina y agua, en algún punto también se le agregó levadura.
Y un día te mirás al espejo y no entendés qué pasó, cuándo sucedió eso, y no te gusta tu imagen, y no te reconoces en ella, y ese es sólo el principio, porque no es sólo por fuera que no te reconocés, porque te encontrás haciendo y diciendo mecánicamente cosas que no se parecen en nada a lo que pensás y/o sentís.
Ah, desandar caminos, encotrarse con uno, reunirse con su mente y su corazón. Seguro que esto demora más que el proceso de perderse.
Pero también el cuerpo decide ejercitar su resto de autonomía, a pesar de lo que uno pretende imponerle, y es así como uno, que ha pasado más años de los que resultan saludables pendiente de cada indicador o señal corporal, comienza a notar, en en el medio de EL TODO, que el cuerpo está diferente, no enfermo, no molesto, diferente. Se siente como algo que uno no conoce, o algo que olvidó.
Y no importa entonces lo que uno pretenda estirar el rendimiento de la masa, uno, que ya ha perdido la noción del tiempo, no recuerda cuándo fue la última vez que necesitó usar de golpe el abanico, puiendo sólo situarlo ente una y otra geografía. Y entonces, no entiende qué decidió hacer el cuerpo, no comprende las señales.
Y cuando al fin dejas de presionar la masa y pretender amasarla, cuando la dejas que leve si quiere, o no, ahi el cuerpo decide, y encima te dice a la cara: "Esta vez te soprendí, eh?" y sí, cualquier cosa esperaba, menos volver a la adolescencia precisamente frente al mar.
1 comentario:
Será que el mar que yo veo y el que tú ves no son el mismo,
porque en este mar yo no me veo a mí misma
ni a la que fui hace algún tiempo.
Será que el tiempo nos ha marcado
en geografías distintas, distantes, disonantes.
Porque, te digo, en este mar que yo miro no te veo.
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