esta vez, disfrutando de la particular diferencia de incluirnos y ser aceptadas por una hermosa mezcla de fieras hembras, algunas cachorros de puma, algunos teros, alguna vieja lechuza, varias cachorritas de tigre...
la fiereza, la suavidad, la vulnerabilidad mezclada con esta capacidad que las hembras desarrollan par poder tener crías y cuidar de ellas, este equilibrio sutil entre el zarpazo y la disposición de lamer las heridas, propias y ajenas...
llenas de emoción transitamos este paraje de la Jungla, llenas de sentimientos, de lágrimas, de afirmaciones muy serias respecto a la forma en que se paran sobre sus patas, sus garras, sus suaves pezuñas de cervatillas...
una delicia, una responsabilidad enorme, recibir tanto, tanta intensidad emocional, tanta entrega, tantas ganas, tanta confianza, tanta apertura...
mientras tanto, discutir con cerdos y vacas que simulan tener un espacio que les corresponde en la Jungla, mientras uno nota que lo que no es del mar, en este caso, el mar debería haberlo escupido hace tiempo.
En fin, que la vida no es fácil en la Jungla, que acercarse y adentrarse lleva, curiosamente, a tomarle cariño a las fieras, particularmente a las pequeñas y jóvenes hembras, a sentir el deber de contribuir a cuidarlas.
Gracias, querida Jungla, por permitirnos cruzar la frontera y quedarnos dentro el tiempo suficiente para que nosotras, pequeños animales domésticos, podamos aprender de las fieras, podamos establecer vínculos de cariño con ellas, y quizá, espero, corresponde, deberíamos, poder cuidarlas.
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