No sabe el nombre de la calle, básicamente porque ni siquiera ha levantado la vista de los baldosones de la vereda desde hace un rato largo.
No sabe cuánto tiempo hace que camina, no piensa en eso. En verdad no piensa en casi nada.
Comenzó a caminar cuando viajaba en un colectivo que nunca antes había tomado, por lo que no sabía por dónde iba y desde las ventanas no reconocía nada de lo que veía, y de pronto sintió la necesidad, la urgencia, la inminencia de bajarse. Se levantó, tocó el timbre y se bajó sin tener idea de dónde estaba.
Es verdad que en esa época había muchos lugares en los que ella no sabía donde estaba.
Caminó y caminó. En realidad no recuerda nada del camino. No tiene noción de cuánto tiempo pasó, ni por dónde caminó.
En un momento, miró alrededor. Lo único que pudo distinguir era que había anochecido, que estaba en una avenida, y que no sabía ni dónde estaba, ni cómo hacer para volver a lo que entonces era su casa.
Tuvo una idea, buena realmente, y entró en un bar, y se acercó al mostrador, y compró una de esas extrañas monedas ranuradas que entonces se llamaban "cospeles", y fue al teléfono público y marcó el mismo teléfono al que había llamado el día que llegó "acá".
Le dijo al que atendió el teléfono que estaba perdida, y él, bien pragmático siempre, le preguntó el nombre de las calles que formaban la esquina donde se encontraba el bar. Ella dijo "Lavalle y Callao".
Hoy se ríe al pensarlo. Quién se pierde en un lugar tan céntrico como "Lavalle y Callao". Además ya tuvo que pasar más de cuatro meses en la sala de espera de la terapia intensiva del sanatorio que está en esa esquina.
Pero entonces estaba perdida.
El le dijo que camine por Lavalle en el sentido contrario a los autos, hasta llegar a la Av. 9 de Julio, "reconocés la 9 de Julio?" preguntó.
Hoy se ofendería, pero entonces afirmó, "sí, gracias". Hoy también se pregunta cómo hizo él para no reirse.
En vez de eso, él le dijo que al llegar a la 9 de Julio, caminara hacia la derecha, que pasaría el Obelisco, y ahí ella sabría reconocer dónde era que estaba viviendo.
Así que ella se puso nuevamente a caminar, tal como le había indicado. Encontró que la 9 de Julio estaba mucho más cerca de lo que su imaginación podría haber concebido, particularmente con esa sensación de estar en Karajoistan, y dio vuelta a la derecha, y vio el Obelisco, y siguió caminando hasta entrar con enorme alivio al edificio donde vivía.
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