Amanece en la ruta...
Segunda vez, (tercera?) que miro el amanecer haciendo un trayecto importante sobre ruedas en vez de volando.
En este y el anterior amanecer, resulta que despertarme temprano me es placentero,a diferencia con el resto de mi vida.
Acá, por segunda vez, disfruto del dormir de los demás mientras prolijamente me hago la toilette, me peino, lavo y acomodo como pequeño felino doméstico que soy.
Sí, quisiera un café, pero esta vez no entiendo dónde ni cómo obtenerlo, será la poca experiencia en viajes así.
Y esta vez, no me relacioné con nadie aparte de la hermana que viaja conmigo.
Ella duerme.
Satisfechas ambas de habernos sentido en casa, mimadas, cuidadas, queridas y atendidas, por el pedacito de familia que hemos construido ahí; contentas de haber logrado un espacio entre águilas, guanacos, orangutanes, buhos, pumas, algunos jóvenes y otros no tanto, de haber capeado los embistes de groseros cerdos y de serpientes que parecen haber perdido la razón...
Pero mucho más contentas de haber logrado, justo antes de terminar el viaje, sentarnos juntas, solas, y hablar, y desarmar los nudos y marañas que se habían formado entre nosotras, y sacar esas telarañas para poder, entonces, abrazarnos y disfrutar juntas de lo que habíamos hecho y vivido.
Vuelvo a casa...
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